Llegué
donde siempre, donde nunca me cansaba de ir, a aquél parque solitario apartado
de toda la población, a aquél rincón que proclamamos nuestro.
Levanté
el pie para sobrepasar el escalón que daba a la hierba fresca, húmeda todavía
por la lluvia de la mañana, y caminé lento, allí el tiempo era diferente,
nosotros manejábamos las prisas, las paradas, los cambios de ritmo.
Ya
había llegado, a pocos pasos de mí se encontraba ella, de espaldas, sentada en
el banco de siempre, con su postura favorita, (la pierna derecha bajo la izquierda), con la cabeza
ladeada apoyada en su mano, donde sus dedos revoloteaban su cabello;
impaciente, divertida, suspicaz.
Me
acerqué lentamente y ella cambió de posición, en efecto, se había dado cuenta
de mi colonia. Siempre me sorprendió la facilidad para capturar mi presencia,
aunque no se giró, supongo que como a ambos nos gustaba, se hacía la
interesante…
A unos
centímetros de su nuca la hice estremecer con mi aliento, y juraría que sonrió
nerviosa, me acerqué más a su cuello, que lo había dejado descubierto con el
pelo a un lado y le besé con dulzura, intensamente, con un matiz perspicaz, juguetón.
Por fin
se giró como si nada, y me senté a su lado, estábamos sin vernos dos semanas y
nuestras ganas eran inmensas. Hablamos de todo, con el tonteo de siempre, los
cabreos fingidos, las ironías, las dejadas con miradas recelosas, divertidas, y
la tarde fue pasando; sin dejar de lado los besos que de vez en cuando caían,
como desesperados.
En una
pausa, de las pocas que tuvimos, aproveché para decirle lo que mas sentía y no
habíamos comentado. Puse mi mano derecha sobre su mejilla, con cuidado, pero
firme, la acerqué a mí y no lo dudé, nunca lo hacía. Junté mis labios con los
suyos con un principio lento, entreabriéndolos, mordiendo el labio inferior.
Ella sonreía disfrutando la escena. Me encantaban sus sonrisas en mitad de un
beso, me hacía perder los papeles; y ahora sí, nos dejamos de tonterías y nos
fundimos en un profundo beso, húmedo, con un vaivén de intensidades, cambiando
de lado cuando queríamos disfrutar de un segundo asalto, entrelazándonos; un
momento que sin palabras dejó claro que nos echábamos de menos…
Y en esos
momentos más dulces e inquietantes empezó a llover, a finales del beso mas
sincero de la tarde que ninguno quería acaba; no obstante, disfrutamos los
últimos segundos bajo las primeras gotas de lluvia, que enfriaban y mojaban
nuestra piel, haciendo mayor la cercanía, manteniendo el esfuerzo por subir la
temperatura.
- - Estamos solos, ¿verdad? – sugirió ella con un tono burlesco, juguetón.
Con aquella media sonrisa que lo conseguía todo.
- - Siempre venimos aquí porque esto está desierto – respondí como si su pregunta
fuera inocente, meramente informativa. A mí también me gustaba jugar al vaivén
de ironías y dejadas que solo el aire conseguía atrapar.
El
paraje se encontraba mojado, húmedo, y desierto, en realidad, nos gustaba ese
sitio porque era lo más parecido a un bosque que teníamos; y había muchos
árboles bajada la cuesta. La casa más cercana estaba a unos diez minutos y eso
nos proporcionaba la soledad que necesitábamos para nuestros reencuentros.
Aunque éste presentía que sería especial.
Me
cogió de la mano y empezó a correr, como si volviéramos a ser niños por
instantes. Bajamos la cuesta casi dejándonos caer en la hierba, y nos
adentramos en unos pocos árboles que nos proporcionaban cobijo de la lluvia y
que nos alejaban más de la civilización.
Llegando
a nuestro destino, en los últimos pasos y debido a la inercia, nos dejamos
caer, y rodar, y reír, y mandar a tomar por culo las preocupaciones, y hacer lo
que nos diera la gana. Seguimos rodando hasta disminuir la velocidad y quedar
ella encima, debajo de los árboles, como siempre, queriendo tomar el control.
Esta
vez fue ella la que me besó, corta e intensamente, dejando claro que no iba a
ser el último, ya que se quedó a unos centímetros de mi boca, y su mano
enredada en mi pelo, acariciándolo, haciendo ondas circulares. Cerré los ojos.
Sentí
un beso suave, diminuto en mi cuello, que se repetía varias veces, haciéndome
estremecer. Su intensidad fue aumentando al igual que la lluvia, que cada vez
importaba menos. Volvió a mi boca y me mordió muy lentamente, riendo.
Le cogí
con mi brazo derecho de la cintura y con el otro la espalda y la volteé para
quedar yo encima. No me detuve ni un segundo y comencé a besarla ferozmente,
aumentando la pasión, bajé a su cuello y comencé a besarlo con la misma
intensidad que mis manos apretaban su cuerpo. Ella levantó su pecho arqueando
la espalda como signo de placer, dando paso a que repitiera la acción. La hice
descansar, sugiriendo que aquello iba a llegar a algo más, y me acerqué a su
oreja… la mordí con delicadeza y le susurré:
- - ¿Quieres más?.
No
respondió, simplemente cuando levanté la cabeza me miró apasionadamente; y
juguetona empezó a desabrocharse los botones de arriba de la camisa, dejando al
descubierto un escote de escándalo, dando permiso a mi ataque.
Me
abalancé sobre sus pechos y los besé repetidas veces. Me puse de rodillas y
empecé a desabotonar los botones que quedaban para dejar su piel al
descubierto.
Ella,
cada vez con unos suspiros más pronunciados, se levantó para llegar a mi pecho
y pasó sus manos por mi espalda mojada, dando caricias. Bajó sus manos y cogió
firmemente la base de mi camiseta para levantarla e ir quitándomela poco a
poco, observando y gozando el momento.
Cuando
nuestras manos se encontraban encima de mi cabeza, atadas a la camiseta que
todavía quedaba por sacar las mangas, la pasó por detrás de mi cuello para
volver a besarme, esta vez atado. Me volvió a besar el cuello, y puso sus manos
a mi torso. Empezó a acariciar fuertemente mi pecho, de un pectoral a otro,
como si hiciera uno de sus cuadros; y fue bajando lentamente hasta los
abdominales, donde detuvo sus manos para volver a acostarnos.
Una vez
acostados, mis manos pasaron por detrás de su espalda para dejar libre sus senos,
erizados por el frío, excitados por el momento. Sus manos, que se encontraban
en mi abdomen, bajaron hasta la hebilla del pantalón que fue desabrochada con
facilidad.
Me fue
quitando los pantalones a la misma vez que acariciaba enérgicamente mis nalgas
contraídas, hasta dejar mi prenda inferior por las rodillas. Mientras tanto yo
me encontraba masajeando suavemente el contorno de sus pechos, haciéndola
estremecer; para posteriormente aumentar la fuerza e incluír unos besos.
Viendo
que su estado estaba llegando al clímax, proseguí sin dejar de besar, bajando
por su vientre. Sin dejar de palpar todo punto placentero, ella entreabrió sus
piernas y yo bajé la cabeza. Su espalda se arqueó pronunciadamente al sentir mi
boca, y escuché unos leves gemidos. Después de unas leves contorsiones de
placer y suspiros, me subió hasta la altura de su cara. Me dio la vuelta
bruscamente y me miró fijamente a los ojos; me bajó los párpados con los dedos
índice y corazón, dejándome totalmente a oscuras.
Sentí
el primer beso en medio del pecho, para pasar a los pectorales y al abdomen
donde se detuvo un instante. Cogió la
goma superior de los bóxer para ir bajándolos poco a poco, para quitar la única
prenda que quedaba y quedar ambos totalmente desnudos, sintiendo el roce de
nuestros cuerpos.
Puso su
mano derecha en mi pecho y bajó la izquierda junto con su cabeza. Empecé a
sentir un placer inmenso, lento, intenso, y empecé a gemir suavemente, y a
dejar escapar leves suspiros.
Una vez
nos encontrábamos en un estado totalmente paradisíaco, ella se puso encima de
mí, bajó, me besó en los labios, en el cuello, y comenzó un fugaz contoneo,
subiendo y bajando lentamente, dejándonos fundir.
Me
incorporé de un golpe, y quedé atrapado entre sus pechos, agarrado a su
espalda; sin estropear el momento la giré para dar unas deliciosas embestidas,
acelerando el ritmo, aumentando el deseo, acostando mi cabeza sobre su hombro y
entrelazando los dedos de las manos fuertemente, que apretaban en cada empujón,
que anunciaban cada asalto.
Cuando
el momento llegó, presionamos nuestros cuerpos intensamente y dejamos escapar
los gemidos que anteriormente eran contenidos, emanando hasta el último aliento,
fusionando el deseo acumulado.
Cuando
nuestro cuerpo se relajó, quedé tumbado encima suya apoyado sobre los codos en
la hierba, volviendo a sentir la lluvia sobre mi espalda.
Me dejé
caer a un lado, y nos quedamos mirando a los ojos relajadamente, cariñosamente.
Me volvió a acariciar el pelo, le di un beso en la frente. Cogimos nuestra ropa
y nos pusimos las prendas interiores. Usamos la demás como manta. Pasé mi brazo
por encima suyo abrazándola y acercándola, protegiéndola…
Nos
miramos por última vez, cerramos los ojos mansamente, y descansamos…
No
queda duda… La amo, me ama, nos amamos…